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andreazurlo

Roma, 24 de marzo de 1944


«24 de marzo de 1944». Repitió la fecha en silencio, como un epitafio doloroso grabado en el mármol de su frente. Sí, no se equivocaba, esa era la fecha. Habían transcurrido pocas horas desde que se despidió de su madre al salir de casa y ahora se encontraba allí, sabiendo cómo había llegado, e ignorando el porqué.

Después de todo él era un cómico, o mejor dicho, era un estudiante de medicina que aspiraba a ser un cómico. ¡Si tenía hasta la cara cómica! ¡Acaso no veían su aspecto chaplinesco, su cuerpo enjuto y sus lentes de miope color verde botella! Lo llevaba pintado en la cara y en el cuerpo el oficio de cómico.

Le gustaba divertir a la gente, arrancar una sonrisa en la pena, siempre lo hacía cuando estaban encerrados en los refugios antiaéreos y también hacía bromas mientras corría con sus amigos debajo de los celestes bombardeos aliados y escapaba a las terrenales ametralladoras nazis. Corría por esa Roma que salvaban y condenaban simultáneamente, por entre ruinas y gente hambrienta y palacios de príncipes y arcos del Imperio y el Vaticano con sus misterios. Corría con un viejo maletín de cuero ajado donde llevaba el alcohol, algunas gasas, un estetoscopio y una nariz de payaso. Porque él era nada más que un estudiante de medicina, con alma de cómico, pero en épocas de penuria hasta un estudiante era útil, aunque tan solo para suturar una herida.

Ese día lo llamaron para echar una mano en un parto. Le hacía de guía un niño que corría descalzo, no obstante el frío, entre la mugre que la guerra abandonaba en las calles.

En Via Quattro Fontane oyeron los gritos, el chico se le escabulló por una boquete en una pared, pero él quedó paralizado por ese “ALT'” gritado por una boca situada justo debajo de un casco negro, detrás de una ametralladora. Era una redada.

Ich bin ein komiker —murmuró mientras sentía que los pantalones se le entibiaban, con las manos en alto y el maletín de cuero ajado bamboleándosele sobre la cabeza—. Los cómicos no hacen mal a nadie— añadió mientras el caño frío se le clavaba en la espalda y lo empujaba y se oían imploraciones y disparos lejanos y cercanos.

Lo cargaron en un camión negro con la cruz gamada en las puertas, atiborrado de hombres de miradas apagadas y los llevaron a las canteras Ardeatinas. Con él había otras trescientos treinta y cinco personas.

Las manos atadas en la espalda, las lágrimas quemándole el rostro, el recuerdo fugaz de su vida, del absurdo final para uno que tenía que hacer nacer una criatura y termina por dejarse el pellejo. Destino estúpido. Lamentos y susurros desesperados. Cerró los ojos. Musito un saludo. Recordó la fecha y se fue derecho a alargar la lista de héroes anónimos.

N.d.A.: el 24 de marzo de 1944 en Roma los nazis mataron, con un tiro en la nuca, 335 personas entre presos políticos, hebreos y algunas personas que recogieron al azar en una redada por la calle, de dichas personas 11 no fueron nunca reconocidas. Esta masacre fue la respuesta a un atentado que el 23 de marzo cumplieron los partisanos, en el que perecieron 32 soldados alemanes. Esta matanza se conoce como “La Strage delle Fosse Ardeatine”. Kappler era el general alemán al frente del comando en Roma y el organizador de la masacre, mientras que Priebke fue el oficial que la ejecutó materialmente y que fue arrestado en Argentina, donde vivía tranquilamente, y extraditado en Italia en 1995. Condenado en Italia a cadena perpetua, murió en 2013 en Italia.

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