En este link es posible descargar el libro de ponencias de EIDE, Encuentro Internacional de Escritoras, Caracas, 2021, en el que participé con mi ponencia "Huir de la condena de Eva".
Huir de la condena de Eva
Génesis.
1.27 Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó.
1.28 Y los bendijo Dios; y les dijo Dios: fructificad y multiplicaos, y llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, y en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra.
Poco después cambio de idea:
2.21 Entonces Jehová Dios hizo caer sueño profundo sobre Adán, y mientras éste dormía, tomó una de sus costillas, y cerró la carne en su lugar.
2.22 Y de la costilla que Jehová Dios tomó del hombre, hizo una mujer, y la trajo al hombre.
2.23 Dijo entonces Adán: Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne; ésta será llamada Varona,[a] porque del varón[b] fue tomada.
La tradición judía explica que la primera versión de mujer fue Lilith, una chica poco paciente que abandonó a Adán y terminó convertida en demonio. Surgió entonces la necesidad de crear un ser que acompañara a Adán en su primigenia soledad y, por fin, la solución fue una operación quirúrgica y un subproducto cartilaginoso de su costilla: Eva, la varona.
Un subproducto hacedor de vida, que no es poco, pero un subproducto al fin, sin libertad ni vida propia, destinada a servir a su hombre, destinada a vivir según las reglas impuestas por ese hombre, como cualquier parte de su cuerpo que él puede comandar a placer. Transcurrieron milenios, sin embargo, todavía no conseguimos cambiar esta realidad, nos aqueja lo que yo llamo «La condena de Eva».
Estos versículos bíblicos encierran una síntesis perfecta del posterior desarrollo del patriarcado que toma por auténtica la palabra de Dios, escrita por una clara mano masculina, a la cual la historia y los mismos hombres otorgaron la categoría de ley indiscutible, que estableció de manera neta lo que serían las relaciones entre el hombre y la mujer, hasta nuestros días, hasta los movimientos feministas que, desde hace más de un siglo, intentan revertir la situación, y hasta #metoo.
El viaje de la mujer por esta esfera azul comenzó muy mal. La paridad desapareció con la condena de Lilith, con la idea de condena de la libertad de Lilith que abandonó al hombre, que no le tuvo paciencia ni lo comprendió, mereciendo el título de primera figura demoníaca, porque osó rebelarse. Resistirse a la autoridad patriarcal es una condena que muchas mujeres siguen pagando y a la que hoy llamamos por su nombre, es decir «feminicidio».
Decíamos que el viaje de la mujer empezó mal. Desde ese momento en adelante ella, un subproducto cartilaginoso, adquiere la categoría de punto de llegada, de puerto seguro, de plácido hueco donde el héroe puede reposar su cabeza, de vientre procreador. Se convierte en meta, en lugar fijo e inamovible, se le niega la aventura y, por ende, se le impide el viaje. Porque mientras un Ulises cualquiera zarpa en su clásico viaje heroico, durante el cual enfrentará seres monstruosos, superará conflictos y tentaciones, confeccionará su leyenda y creará su mito, nuestra buena Penélope se limitará a tejer y destejer, a cuidar la prole, a mantener la lumbre encendida y el lado de la cama cálido, en la eterna espera de su Ulises que llegará y pretenderá su obediencia, amor y fidelidad, a cambio de muy poco, como si fuera un derecho adquirido con el género que lo acompaña desde su nacimiento.
Esto nos demuestra de manera clara y, osaría decir, contundente, que el viaje, como metáfora y realidad, queda fuera de la esfera femenina. El mismo hombre construyó un mundo peligroso, donde la mujer no se puede mover con absoluta tranquilidad. Un subproducto cartilaginoso masculino debe quedarse en su sitio por el bien de todos. Los roles se establecieron con una distinción neta, se “endilgaron» a la mujer las tareas domésticas y la obediencia, el respeto y la fidelidad. ¿Quién criará a los hijos sino ella? (hasta que el padre pueda enseñar a los varones cómo empuñar la espada o cómo patear una pelota, en tiempos más modernos). ¿Quién continuará con la tarea de proseguir imponiendo a las hijas la obediencia, a cocinar y a comportarse «como se debe», sino ella? Como decíamos, el mundo es un lugar peligroso para la mujer, porque la feminidad está ligada al concepto de pasividad, debilidad, inferioridad, emotividad e improductividad. Nos excluyeron del mundo, intentaron domesticarnos con la obediencia ciega, nos encerraron, nos prohibieron la educación. La herida que Dios cosió en el cuerpo de Adán es la misma herida que lleva Eva en su cuerpo, la que le provocaron al extirparle su parte libre y salvaje, para convertirla en un ser domado y manso. Por error de cálculo, por excesiva seguridad de sí, por prepotencia, los hombres no consideraron que un día la mujer exigiría volver a pisar la tierra con los pies desnudos y a recorrer su camino. Porque, en su interior, siguió llevando el germen de Lillith, esa mujer rebelde capaz de recuperar su instinto más auténtico. Y hoy hay muchas Lillith clamando por el lugar que les corresponde, incluso en esas zonas del mundo que más nos odian, donde se les niega hasta el derecho de pronunciar sus nombres, como en Afganistán, y son las «hijas de», las «mujeres de», canceladas detrás del burka, sombras que pisan la tierra sin dejar siquiera un nombre en sus tumbas anónimas.
Existe un nexo indeleble entre narración ficticia e historia real, porque la una se alimenta de la otra. Numerosas películas y narrativa dieron, y siguen dando, una imagen de la mujer vista desde la óptica del patriarcado. Plagiadas por una cultura milenaria, incluso nosotras hemos escrito como si la única visión posible fuera la masculina. Y no resulta sencillo romper con este patrón mental antiquísimo.
El creador de la psicología analítica, el psiquiatra suizo Carl Jung considera que las narraciones míticas de viajes iniciáticos, como los de Marco Polo, Ulises o Hércules, pueden ser entendidas como expresiones simbólicas de un proceso de transformación psíquica que todas las personas se ven abocadas a desplegar a lo largo de la vida. Jung denominó este proceso como Viaje del héroe o proceso de individuación. Más tarde, el mitólogo y escritor estadounidense, Joseph Campbell, en su libro el «Héroe de las mil caras» parte de la premisa de que existe un patrón común en una amplitud de relatos, susceptibles de ser analizados atendiendo al camino que su protagonista heroico emprende a lo largo de la historia. El viaje del héroe es una búsqueda de la propia alma y está narrado en mitologías y cuentos de hadas alrededor del mundo. Este motivo de búsqueda, sin embargo, no aborda el recorrido arquetípico del viaje de la heroína. En 1981 Campbell declaró «Las mujeres no necesitan hacer un viaje. En toda la tradición mitológica está la mujer. Todo lo que ella tiene que hacer es darse cuenta de que está en el lugar donde la gente está tratando de llegar». La mujer siempre inmóvil, la mujer como meta.
Los viajes siempre pueden entrañar un peligro y a nosotras se nos suma un extra: tener que emprenderlo en el contexto de «un mundo de hombres». Las mujeres nos vemos empujadas a la búsqueda de nuestra propia identidad en un entorno donde lo femenino es definido/tratado muchas veces como un constructo dependiente, inferior y un objeto de tentación. Para librarse de esa asociación (siempre con connotaciones negativas), la mujer se identifica con valores masculinos, con lo cual se genera un desequilibrio interno. Y ese éxito masculino le causa una sensación de insuficiencia y vacío.
Según la psicoterapeuta y escritora Maureen Murdock esta forma de viajar por la vida obstaculiza el camino de las mujeres. Murdock fue la primera en delinear, en 1990, en su libro «Ser mujer. Un viaje heroico», un viaje arquetípico que busca sanar la profunda herida de lo femenino, aprendiendo a valorarnos como mujeres. La teoría de Murdock está orientada a mujeres que quieran reencontrarse con sí mismas y romper los esquemas de insatisfacción personal.
A principios del siglo XXI, Christopher Vogler, famoso guionista y profesor universitario estadounidense, desarrolló en el «Viaje del Escritor», un manual de escritura para guionistas, escritores, novelistas y dramaturgos, que se centra en la teoría de que la mayoría de las historias pueden reducirse a una serie de estructuras narrativas y arquetipos de personajes, descritos a través de la alegoría mitológica, basada en el trabajo de J. Campbell. La teoría de Vogler divide el viaje en 12 etapas y contiene patrones válidos tanto para hombres como para mujeres; sin embargo, ¿son en verdad válidos para los personajes femeninos? ¿Cómo puede ayudarnos la adaptación de la teoría de Maureen Murdock más allá de nuestra vida personal, en nuestra literatura? Puede constituir una clave para lograr personajes femeninos más conscientes de sí mismos y más rotundos, mejor estructurados combinando las etapas del viaje con los diferentes arquetipos, dando un sentido más transcendente a la vida del personaje y un anhelo por manifestar su propia naturaleza femenina.
El viaje de la heroína permite que nuestras protagonistas tengan su propia evolución y que no sigan los patrones pensados para los hombres, sino que evolucionen al abrazar su propia feminidad, separándose de la identificación con la parte masculina...[seguir leyendo]
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