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andreazurlo

El niño que bucea, de Luis Alcocer


niño buceando bajo el mar
niño buceando

Entre la superficie y la pálida arena de los fondos,

el niño que bucea, juega a ser pez

y roza con los dedos las estrellas marinas

que, levemente, se estremecen al recibir el primer beso

de su carne tibia.


El niño que bucea quiere vivir el mar desde dentro del mar,

quiere ser como el mar,

recoge láminas que sostuvieron perlas,

juega con los corales y busca anémonas azules

que enredan entre esponjas de quebradas sonrisas

en sus cientos de bocas silenciosas.


Aparta cilicios irisados, el niño que bucea,

en los que cantan peces de doradas y mínimas escamas;

luego, saluda a la morena que busca sus pestañas perdidas

y parece llorar, porque una vez sus lágrimas

se mezclaron con las aguas salinas, sin que nadie

escuchara el permanente balbuceo de su silente boca,

aquel que reclamaba compañía

para ese medio cuerpo malquerido.


Lleva en la mano un ramo de sargazos, el niño que bucea,

flores desconocidas para el aire se abrían a su paso,

hace espirales con las algas, igual que nebulosas

y así puede vestir de flores y armonías

la limpia espalda de la manta-raya.


El niño que bucea observa

los ojos tristes y llorosos de la cabra-roca

que descansa sus penas entre arenas,

pasa su mano por espinas que se apartan, ceden,

para dejar al descubierto el lomo cadmio,

esperando caricias que nadie concedió, que jamás tuvo.


En tanto, haces de sol penetran en las aguas

para alumbrar las briznas de cristales de cuarzo

que dormitan su eterno, inacabable tiempo de reposo

y, el niño que bucea, retoza entre medusas

cuyas membranas trasparentes

tiemblan y cambian de color ante el primer contacto;

así, los besos mórbidos de las aguamalas se depositan

en afectos de pieles blancas nunca conocidas.


El niño que bucea intenta respirar

como si fuera parte de ese mundo nuevo;

en su inocencia busca partículas de oxigeno

dentro del universo de sales y yodos azulados,

dice que no quiere salir, que quiere estar

en ese hogar acogedor y amable de silencios.


El niño que bucea,

se acerca a un pulpo solitario, taciturno y viejo

que le recoge entre sus brazos.

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