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LA VIDA GANA. Crónica de Umberto Amaya Luzardo



Umberto Amaya Luzardo* Cronista de Indias, 525 años después


Habrá llegado la hora Cuando en mi devastado país, la primavera decida que ya es tiempo de florecer de nuevo, tendrá el abono de la osamenta humana, que dispersó por todos lados la danza de la muerte. Entonces, toda la cruda historia: la sitiada, la oral, la clandestina, se erigirá sobre el mapa. Habrá llegado la hora de aproximar a la tierra el corazón y el oído,  para escuchar las voces, que hemos estado evocando, contra cualquier ley de olvido. Francisco Morales S. Perdimos el honor: Presento estos fragmentos de lo ocurrido en los pueblos de Arauca, con el propósito de que lo irracional de la guerra no quede en el olvido, mucho más cuando afecta a los niños, que no son otra cosa que el mayor bien comunal de toda la humanidad que anda en dos patas. Lo absurdo de la guerra es que se pierde el honor, quiere decir esto, que con tal de derrotar al enemigo, olvidamos esa cualidad moral que lleva al respeto de los derechos humanos y al cumplimiento de los propios deberes respecto al prójimo y a uno mismo. Hoy quisiera, como dice Alexandra Alekseivich: “Escribir una crónica sobre la guerra, que provocara náuseas, que lograra que la sola idea de la guerra diera asco. Que pareciera cosa de locos. Que hiciera vomitar a los generales, porque la guerra es un asesinato”. Arauca Zona Roja: “Ni se le ocurra ir por allá, porque allá es muy peligroso y a los mismos policías que mandan, los mandan de puro castigo”. Repiten a diario en todo el país y los araucanos llevan ese estigma sobre la cabeza como si fuera un enorme sombrero pelo e guama, bien caro, bien pesado y bien caliente. Saravena, fue considerado como el municipio más violento del mundo, es posible que Tame, en esa época, ocupara el segundo lugar y Arauca capital, el tercero. Tres ciudades pequeñas con apenas setenta mil habitantes y un promedio de siete homicidios diarios cada una. Siete homicidios diarios por trescientos sesenta y cinco días que tiene el año son dos mil cuatrocientas cincuenta y cinco muertes violentas. Solo para dar un ejemplo, al comienzo del nuevo milenio Tame, gozaba con setenta mil habitantes, mataron dos mil doscientos (seis diarios en promedio) huyeron ocho mil y al finalizar el año tenía sesenta mil cristianos contando los recién bautizados, porque en medio de la guerra la gente hace el amor, cocina, manda sus niños a la escuela y va a misa. Sarabomba: Le decíamos a Saravena con cariño, porque a todo momento y en todas partes un artefacto explosivo hacía su detonación. Lo común eran cilindros bombas lanzados desde rampas artesanales con tan mala puntería que la mayoría de ellos caían lejos de los objetivos. Entonces, se escuchaba el ruido de las pipetas en el aeropuerto, en el cuartel de la policía, en los hoteles y en el comercio. Pero una explosión que reventó en uno de los tantos terminales de taxis, como en el cuadro de Picasso “Guernica”, creó una lluvia de restos humanos, restos de animales y de objetos cubriendo el piso del parque donde jugaban los niños a la hora del recreo. Cayó un brazo, más allá una pierna, una cabeza de un adulto con su bigote de pobre bien delineado, un gato, un ventilador, los trozos de un escritorio, la pantalla de un computador y un casar de palomas que anidaban en el techo cayeron muertas y sus plumas blancas como la paz, suspendidas en el aire, se alejaban empujadas por la brisa. El día del grado: A los cuatro años había terminado el pre-escolar, había ensayado un baile de joropo con una compañera para presentarlo al momento de la clausura y a las ocho de la mañana caminaba agarrado de la mano de su papá, con su capa y su birrete rumbo al colegio para recibir el diploma. Una moto paró a su lado y el parrillero le disparó al papá tres veces, dos en la cara, otra en el pecho, el hombre cayó boca arriba y el niño viendo a su papá tendido en el piso, se le acaballó en el estómago, lo agarró de los hombros pretendiendo sentarlo mientras con la mayor ingenuidad le decía: “Párese papacito, párese que usted no está muerto, párese papacito, que usted tiene que ir a mi grado”. La cuota inocente: Cuatro de diciembre: Día de la Araucanidad, día de Santa Bárbara, día de La tierra del Joropo, y día de quién sabe cuántas más vainas sensibleras que a diario le agregan al pueblo creyendo que sumando mentiras blancas de aparente lucidez van a rescatar el deterioro social, no de la identidad, sino de la supervivencia. El cuatro de diciembre, ese día que “toros y caballos brincan a la manga y el gran cofre verde se viste de gala” dos niños de tres y cinco años acompañaban a su papá, un vendedor callejero de cachivaches que después de trabajar, a eso de las once y media de la mañana buscando el almuerzo, se encaminó rumbo a su casa empujando su triciclo por la avenida que bordea el dique, muy cerca del paso real de la canoa. Un desconocido desde la mesa de una caseta le preguntó el precio de una baratija y lo invitó a tomarse una cerveza. Cuando el vendedor sudoroso se empinó la botella, el que le brindó la cerveza, sacó el arma y le descargó cuatro tiros en la cara, se paró y se fue sin pagar. El niño mayor sostuvo por los brazos a su papá que quedó fulminado en la silla y le dijo al niño que solo tenía tres años: “Tenga a mi papá para que no se caiga y cuide los corotos para que no se los roben, que yo voy a avisarle a mi mamacita que lo mataron”. Y se quedó el niño pequeño, el de apenas tres añitos; se quedó con la responsabilidad de vigilar el triciclo de los corotos y la convicción de estar sosteniendo a su papá, mientras que el mayorcito con los ojos hinchados por las lágrimas que se resistían a salir, se fue calle arriba trotando su drama hasta una caseta del barrio 20 de Julio, donde presurosa su mamá preparaba los alimentos con esa vocación de toda madre: que su marido y sus hijos no pasen hambre. Afectada La Patria Infantil: Le pongo poquita sal al animalito de esta historia, porque ya tiene la sal de las lágrimas (Asturias). El sol se levantó temprano ese día, y mientras los araucanos cabeza de hogar se aliñaban para ir al trabajo, un portafolio abandonado en la puerta de una escuela en Tame, hizo explosión dejando sin vida a dos niños de ocho años aproximadamente. Uno murió en el acto; el otro, lo trajeron de urgencia en una avioneta hasta el hospital de Arauca, traía los párpados cerrados: “Agua, agua, agua” era lo único que se le oía gritar. “Ya papito” le dijo el médico, mientras lo conducían al quirófano. Había perdido el brazo izquierdo, los dedos de la mano derecha y la pierna del mismo lado le colgaba sostenida únicamente por la piel. Murió en la sala de cirugía y cuando le abrieron los párpados, se dieron cuenta que también había perdido los ojos por la explosión. Cabe preguntarnos ¿Cómo carajos dejan una maleta de estudiante con una bomba adentro cerca a la puerta de una escuela? ¿ ¿Acaso los niños no son más que la guerra? La vida gana: En el año 2000 los araucanos estaban rodeados de grupos armados, estaba el ejército, las Farc y las Autodefensas, estaba la policía y los Elenos, el das, el narcotráfico, los contrabandistas, la Marina y el hampa común, el presidente puso en marcha un proyecto denominado: “Arauca, laboratorio de paz” y funcionó en tan alto porcentaje que ya no se oyen las explosiones que dejaban los árboles sin nidos y barrios enteros sin vidrios en las ventanas; ya los niños no van al cementerio a llevarles cartas a las tumbas de sus padres: “Papá, yo ya se leer y le escribo esta carta para contarle que mi mamá llora todo el tiempo y no se le acaban las lágrimas”. Ya no tenemos que bajarnos en la carretera, coger los muertos de patas y manos y tirarlos a la cuneta para poder pasar. Se acabaron los retenes, los crímenes atroces disminuyeron de manera considerable y guardamos fe que con los acuerdos de La Habana se reduzcan otro tanto las ejecuciones entre colombianos: “Nazca con pelos o con lana, la vida gana” Pájaro negro te digo adiós: Cincuenta años esperando que la Farc, se tomaran el poder por las armas como lo habían prometido, o por lo menos que le curaran la prepotencia a tanto militar braguetudo y desbraguetado. Cincuenta años esperando que el gobierno derrotara a la guerrilla y tampoco: en ese medio siglo de conflicto solo consiguieron que el país se llenara de huérfanos y de viudas, de desplazados y resentidos. La guerra no se acaba, se traslada, pájaro negro te digo adiós, te fuiste a aporrear estudiantes en Venezuela, a secuestrar niñas en Uganda, a amolar cuchillos en el estado Islámico y te olvidaste de los colombianos que cumplen ya un año sin tus defecantes confrontaciones bélicas. Vistámonos de fiesta, soplemos la vela imaginaria y pidamos en deseo colectivo por una paz verdadera con este grupo armado. Solo nos resta negociar con el ELN grupo subversivo remozado, y de manera especial desaparecer a los corruptos encargados de hacer justicia, cuna de nuestros conflictos. Entonces, este cronista de cabeza blanca y barba algodonosa bajara tranquilo al sepulcro. * Umberto Amaya Luzardo Búho de la pluma borracha, endemoniado y desendemoniado que escribe de manera esporádica. Obras publicadas: Crónicas Araucanas, Bajo el techo de paja (cuentos exótico-rústicos), Relato de Pancho Cuevas (Una mina de historias) y Ficciones de llano y Selva (3 Novelas comprimidas) Voces Indias (relatos de la estrella fluvial del Orinoco). Labriego de profesión, lector ávido, viajero y monoteísta por placer.

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