Entró a la Oficina de Objetos Perdidos sin mucha convicción. Terminó allí por culpa de una foto que la puso melancólica, aunque sospechaba que no encontraría lo que buscaba, por más que le hubieran dicho que «ahí se encuentra de todo».
Al llegar mostró la foto al empleado, un hombre de gestos lentos con tiempo de sobra. Él sacudió la cabeza negativamente, tenía una memoria infalible y no la recordaba, pero igualmente se dignó a consultar en el archivo. «Lo siento», se disculpó al terminar su búsqueda. Ella lo miró con cara de desilusión y el hombre la invitó a pasar al depósito, porque tal vez encontraría una sustituta.
Ella aceptó de mala gana, aunque al entrar comenzó a entusiasmarse. Las jaulas estaban repletas y empezó a buscar un rostro conocido. Las había de todos los colores y edades. Nunca imaginó que pudiera haber tantas amigas traicionadas, abandonadas, olvidadas, perdidas. Encontró miradas cómplices y devotas, pero ninguna era la que buscaba.
Se detuvo y se acercó a un rincón, en una jaula había una solitaria, que apenas alzó sus ojos apenados cuando se aproximó. No tuvo duda. Quería esa. Esa sería su nueva amiga. El empleado se rascó la cabeza, ¿segura? La devolvieron varias veces, la tengo separada porque no es amable, es agresiva.
Le falta afecto, sostuvo ella.
Cuando el hombre la sacó de la jaula, se le acercó sumisa.
Ella comenzó a caminar con su nueva amiga a las espaldas y no pudo ver cuando, disimuladamente, empezó a afilarse los dientes.
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