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  • andreazurlo

Ineluctable


El día se despertó igual que cualquier otro. Sin anuncios de tragedia, gris y desabrido. El cielo plomizo, cargado de partículas de polución, sofocaba la tenue luz solar y la tierra yerma se confundía en un abrazo con la arena de la playa, bañada por un mar quieto en su vaivén incansable.

En un juego de palas y rastrillos se destruían castillos de arena, se desmoronaban torres y puentes, se hacían hoyos. Un agujero profundo alimentaba con palas de arena una montaña, y el juego prosiguió hasta que encontraron esa estaca, ese palo hincado en la arena. Siguieron cavando para desenterrarlo. Imposible. Era tan largo que parecía llegar hasta el centro del planeta. Comenzaron a tirar. Cuando dejó de ser un juego de niños, llegaron los adultos para hacer una tarea seria. Se tironeaban de las ropas para darse fuerza y desenterrar el palo, le ataron una soga y prosiguieron sin cesar.

«¡La estaca se mueve!», «sí, sí, ¡fuerza, tiren!»

Los primeros en desaparecer dentro del agujero fueron los de la primera hilera. Los demás se miraron perplejos, sin conseguir entender lo que sucedía, desconcertados les siguieron de inmediato.

Correr. Huir. Gritos y pavor.

No tardaron en llegar los bomberos y la policía, que rodearon la zona con cintas rojas y blancas, la televisión y la radio para actualizar sobre la situación, mientras los expertos comentaban exponiendo sus teorías. Se los tragó en un momento, incluidas las cámaras y todos los camiones y coches. Lo mismo sucedió con el ejército que llegó allí algo despistado, sin enemigo ni pueblo para aniquilar.

Después se estableció un orden arbitrario, caótico, misterioso, que quizás poseía una lógica que nadie podía discernir sin orden ni concierto.

Se tragó islas y ciudades, monumentos, centros comerciales, camellos con sus desiertos, autos, gentes, carreteras y cruces, autopistas, iglesias, mezquitas, sinagogas, templos sintoístas, budistas y taoístas. Devoraba metrópolis y pequeños pueblos por igual.

Alguien creyó que convendría utilizar el escudo espacial, pero la destrucción provenía de adentro, de las mismas entrañas del mundo. ¿La madre tierra que retornaba a lo primordial?, ¿un agujero negro escupiendo nuestro planeta en otra dimensión?, ¿Sodoma y Gomorra engullidas en el castigo eterno?

Quedaba poco alrededor: la tierra yerma abrazada a la arena, el día gris seguido por las noches de espanto.

Nos reunimos unos pocos alrededor del agujero. El aturdimiento se nos había tallado en la piel y las palabras enmudecían sin tener más sentido. Ineluctablemente tendríamos que decidirnos a saltar.

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