La última vez que lo vi él paseaba con su perro, como todos los días. Por lo general caminaban lento, a ritmo de perro que olfatea, deteniéndose acá y allá. Acompañaba con rutinaria indiferencia a su bolita blanca lanuda que levantaba la patita para regar paredes, gomas de coches y raíces. Sospecho que él no notó el cartel de “CUIDADO CON EL ÁRBOL”. No pude ayudarlo, apenas llegué a tiempo para ver su mano alzada al cielo, desesperada, antes que la corteza se cerrara para siempre.