Algunos recuerdos dejaron marcas en las paredes,
huecos vivos en los lugares donde los había colgado,
manchas indelebles que enmarcan imágenes borroneadas.
Otros terminaron plegados en las cajas:
guardé entre algodones la única sonrisa que conservo de mi padre,
y puse envueltos en cobijas esos días alegres de mi niñez lejana,
para que no sufrieran el frío de la soledad y del olvido.
Las caricias afectuosas de mi madre
están junto a sus renuncias en un cofre de madera;
olor a sándalo entre los días de sol que volaron solos por la ventana
con las últimas migas del mantel y con las últimas horas del reloj
que se me escapan por las celosías que voy cerrando.
Queda sólo vacío, paredes desnudas,
palabras enredadas en telas de araña,
ayeres raídos por las polillas,
alguno que otro beso caído en el afán de embalar.
Queda un pasado,
la vida que quisimos y no fue,
los amores frustrados,
las tristezas compartidas con la taza de café
y paredes medio desmoronadas sobre las que había colgado ilusiones.
También queda el cielo
donde antes estaba el techo poblado de líquenes
y la puerta
que por última vez, cerraré sin volverme.