Caminaban en lenta procesión, una tras otra.
Acababan de superar una colina de tierra y ahora, ante sus ojos, se extendía el prado verde, un lugar seguro. Bastaba con llegar al pie de la vieja encina para sentirse a casa.
Cuando la tierra comenzó a vibrar intercambiaron miradas asustadas.
Sentían las vibraciones cada vez más cercanas. La guía las incitó para que continuaran su marcha como hasta entonces, no existía un válido motivo para temer, ni tampoco cabía otra solución.
¡¡¡Pum…pum!!! Cada vez más cerca.
Las de atrás fueron las primeras en romper filas.
Desconcierto y terror.
No había escapatoria, bajar velozmente hacia el prado podía ser la única salvación.
Eran enormes y muchísimas, de todos los colores.
El pánico duró unos segundos, como siempre, la destrucción requiere sólo unos instantes.
Las sobrevivientes miraron a su alrededor los cuerpos inertes, se formaron en fila y continuaron su marcha. Uno se habitua a todo.
Es el destino de las hormigas seguir adelante. Igual que el de los hombres.