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andreazurlo

Árboles



—¡Este viejo está cada día más loco! —exclamó mirándome con expresión airada—. ¡Váyase a hacer algo más útil don, mire que aquí trabajamos!

Respondí a su exclamación sin inmutarme ni ofenderme. Es un trato al que me tienen acostumbrado y, además, esta gente joven, con su prepotencia y su ciencia, siempre creen que saben más que los viejos.

—Mire, joven, yo se lo advertí, después no se arrepienta ni se lamente. Será usted el único responsable de las consecuencias de sus actos.

—¡Pero, pero…! —repitió martillando con un tartamudeo insensato. Las palabras le tropezaban en la lengua por la indignación.

—¿Qué sucede? —preguntó el capataz acercándose. Yo creo que era el capataz, porque tenía las manos limpias.

— Este señor…—dijo el otro señalándome con el dedo índice tembloroso

¡Bah! Estos jóvenes no tienen educación, nadie les enseñó que no se señala con el dedo. Ya me estaba arrepintiendo de haberle advertido.

— Este señor hace dos días…¡dos días!, desde que empezamos a trabajar, que viene aquí, se me planta al lado y comienza a decirme que los árboles sostienen la tierra y que se va a caer si los sigo cortando…

El capataz me observó con gesto severo.

En sus Ray-Ban se reflejaba una persona pequeñita, un hombrecito con sombrero y abrigo de camello, con las manos hundidas en los bolsillos. Un señor muy bien conservado diría yo, considerando su venerable edad. Una persona seria y honesta.

Bien, el capataz no habrá pensado lo mismo que yo sobre la persona que se reflejaba sobre sus lentes verdes (es decir el susodicho), porque lanzó una carcajada escandalosa, de esas que desfiguran el rostro, y casi pierde los Ray-Ban de mucho plegarse en dos.

—Vaya, buen hombre, vaya —articuló a duras penas estas palabras, sin recomponerse del ataque de risa—. No se haga ver por aquí hasta que no hayamos terminado de talar estos árboles.

Me encogí de hombros.

— No diga que no se lo advertí —dije antes de dar media vuelta para irme—. Son los árboles los que sostienen la tierra.

—Sí, sí…y la luna es un queso gruyere…—le oí decir mientras me alejaba.

Ya abandonaron el trabajo de tala y también la búsqueda.

Es como “si se los hubiera tragado la tierra”, dice el periódico.

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