Todavía lo recuerdo de memoria. Pasaron años, muchos, una gran parte de mi vida, pero lo recuerdo: “What is this life is full of care / we have no time to stand a stare”, The Leisure Poem de W.H. Davies, “English Literature II”. Un poema melancólico que denunciaba el modo que la vida frenética devora nuestros días. Melancolía del tiempo derrochado persiguiendo ese algo escurridizo que se nos escapa.
“Qué es la vida si, llenos de cautela, / no tenemos tiempo de pararnos y contemplar”. La pregunta sigue siendo válida. ¿Qué es?
Entre esas imágenes ociosas de la infancia, llega aquella de las tardes de verano, esas tardes largas e interminables en la percepción infantil, bajo la sombra de la parra del patio de los abuelos cuando me ponía a pintar o dibujar para “matar el tiempo”. Esto de matar el tiempo es una expresión que tienen en común los idiomas que conozco “ammazzare il tempo”, “to kill the time”, se ve que nos agrada ser asesinos cronológicos, convertirnos en Zeus que mata a su padre Cronos y se yergue como dios de dioses, es decir que mata el tiempo.
Durante la infancia nos permitimos esa dictadura de malgastar el tiempo como nos apetezca, en pura contemplación, como decía Davies en su poema (él, que pasó una parte importante de su vida viviendo como vagabundo, conocía el significado de la palabra contemplar). Cuando se llega a la edad adulta se comienza a sacar cuentas, cuánto recorrí y cuánto me queda, es normal eso de sacar cuentas al futuro y desatender el presente.
No tengo ganas de seguir equivocando la contabilidad de mis minutos, ni de vender a bajo precio mis segundos ni de desperdiciar instantes en nimiedades. Me he cansado de los presuntuosos y de los muchos hacedores de verdades absolutas; no tengo ganas de soportar infructíferas banalidades; no me interesan los soberbios ni los que se miran el ombligo todo el día y prefiero la gente tridimensional a la virtual, pocos y buenos amigos a centenares de desconocidos que husmean en mi vida. En sustancia, dejar de matar el tiempo y capturar la vida.