El abuelo miró a sus nietos con esa sonrisa que sólo reservaba para ellos. Eran tres, dos niños y una niña; sus edades, él nunca las sabía con certeza, oscilaban entre los siete y los diez años. No iban a visitarle con mucha frecuencia o, en cualquier caso, nunca con la que él deseaba.
— Anda que no habéis tardado en venir esta vez.
— Pero, abuelito, si estuvimos aquí el fin de semana pasado.
— ¿Cómo qué el fin de semana pasado?... Si hace casi un mes que no se os ve el pelo.
Ellos, en estos casos, callaban. A pesar de su corta edad, habían aprendido que su abuelo tenía ciertos desarreglos mentales respecto al tiempo y sabían, además, que era inútil llevarle la contraria, nunca iba a dar su brazo a torcer.
— ¿Por qué no nos enseñas el álbum viejo de fotos, Abuelo?
— A ver, ¿Cuál de todos?
— El de las tapas marrones, ese que tiene las fotos tan amarillentas.
Él nunca les negaba nada.
— ¿Este?
— Sí, ese, abuelito.
— Mirad, aquí está vuestra tía abuela Genara. Se casó con el chofer de un marqués muy importante. Era sorda como una tapia; muriómuy joven por..., bueno, no recuerdo cómo, pero murió...
— Abuelito, esa historia ya nos la has contado mil veces...Espera, déjame a mí que elija la fotografía.
El niño, el mayor de los tres nietos, le quitó el álbum de las manosy buscó entre las páginas de cartón.
— Esta mujer, Abuelo, ¿quién es esta mujer de la foto?... Te hemos preguntado otras veces y nunca quieres hablar de ella.
El viejo pasó delicadamente su dedo corazón por la página de celofán que cubría el retrato, acariciaba el pelo de la joven, con cuidado, como si fuera a despeinarla.
— Es Marta... Mi Marta... Nos conocimos por Internet antes del desastre... Nunca llegué a verla en persona, pero tuvimos más de dos meses de relaciones..., unos cuatro o cinco emails diarios..., sólo conseguí salvar esta foto antes de que el ordenador se quedara sin batería... Ella vivía cerca del mar. Habíamos quedado en que yo iría, pero llegó la destrucción... Aún debo tener el billete de avión en algún sitio...
La voz salió del refugio de al lado:
— Venga, niños, decid adiós al abuelo. Nos vamos. Falta sólo una hora para el toque de queda.
Besaron al anciano... Él seguía mirando a la mujer del álbum, les despidió con un leve gesto de su mano. Sus dedos continuaban acariciando la fotografía.
— ¿Qué os ha contado el abuelo?
— Nada, cosas raras como siempre.
— Sí, algo de una mujer que conoció en interalgo.
— Dijo internet.
— Sí..., ¿y qué es eso?
— No sé, pero también habló de más cosas desconocidas: emails, avión, ordenador...
— Y el mar, dijo que ella vivía cerca del mar... ¿Qué es el mar, Mamá?
Mientras llegaban por el largo pasillo hasta su refugio, la madreacarició la cabeza del niño, sin contestar, y trató de disimular una pequeñísima lágrima que bajaba por su mejilla.
El abuelo, solo en su cuarto sin cielo, había quitado la funda que cubría un ordenador Pentium y, con un paño, cuidadosamente, limpiaba el enorme ojo negro ciego, para siempre, de su pantalla.