De eso está hecha la vida. Instantes que brillan y otros que nos ensombrecen con su oscuridad. Como aquellas noches de insomnio cuando su tos te duele más que cualquier tortura y la sufres impotente, o cuando su frente arde y lamentas no haber estudiado medicina. Cuando te sientes fracasado, solitario, anónimo y no hay palmadita en el hombro que le ponga remedio a esa sensación. Cuando no consigues conectar con tus alumnos y sabes que nada de lo que les estás contando les interesa un ápice; y quieres terminar con esa farsa y dejarlos marchar a la cafetería. Si se tuerce el día y ella comienza a discutir por las mismas cosas de siempre y sabes que tú eres el culpable de la situación. Cuando el equilibrio se rompe y no sabes si estás haciendo lo correcto con tu vida y echas la vista atrás y adelante para buscar alguna respuesta y no recibes más que mutismo o desasosiego. Cuando parece que todo se confabula en tu contra y tu ánimo se hace pequeñito y quisieras dejar de ser un hombre adulto y echarte a llorar.
Pero, a veces, sobreviene la suma alegría, como cuando pasa sus diminutos brazos por encima de tu cuello, te da un beso en la mejilla, te dice “te quiero papá” y tú sabes que es cierto. O cuando en verano cae el sol a plomo, pero consigues esa mesa con sombra en una terraza, te tomas un vino blanco (un albariño) y te sumerges en una novela. Los viernes en la tarde cuando todos se han ido y tienes la oficina para ti solo. También unos instantes después cuando comienza oficialmente tu fin de semana. En el momento en que suena tu despertador y descubres que es sábado y puedes regodearte unas horas más dormitando en la cama. Cuando ella clava sus ojos en los tuyos con esa media sonrisa seductora; la señal de lo que se avecina donde quiera que se avecine. Y después, cuando yaces sudoroso a su lado, exhausto, satisfecho. El día que amanece chispeando y mucho mejor si el orvallo se mantiene toda la jornada. Al final de una clase, cuando alguno de los chicos te dice que le ha gustado el tema expuesto y consideras que está siendo honesto. En medio de una ciudad que no conoces y que se te ofrece con toda su magnitud. Frente a una selección de pintxos vascos y un buen vino tinto. Cuando escuchas a Schubert, a Bach, a The Cure o simplemente radio tres…
Quizá sin esos contrastes no seríamos lo que somos; no perseguiríamos el día a día. No nos llevaríamos aquellas sorpresas por lo que merece la pena vivir.
R.III
Breve biografía
Ramón Ortega (tres) es un escritor mexicano y profesor de literatura, escritura creativa y asignaturas relacionadas con las humanidades médicas (comunicación médico-paciente, antropología de la salud, bioética).
Es doctor en filosofía por la Universidad Complutense. Licenciado en Comunicación Audiovisual y en Humanidades por la Universidad Europea de Madrid. Ha colaborado con actividades docentes en la Universidad Nebrija, el Centro Universitario TAI (adscrito a la Universidad Rey Juan Carlos), la Universidad Europea de Madrid, la Universidad del Valle de México (México), Fontys University of Applied Sciences (Holanda) y Deggendorf University of Applied Sciences (Alemania).
Ha publicado artículos de diversos temas (literatura, filosofía, divulgación científica, ficción, etc.) en distintos medios. Ha escrito una compilación de relatos llamada Un gran salto para Gorsky que puede descargarse de internet. También es autor de El anecdotario de un Breaking up (novela fragmentada e inédita) y un pequeño poemario (inédito). Cuenta con un blog llamado Cuando el hoy comienza a ser ayer.