Soy un buen tipo. Usted me acusa, pero yo lo hice para redondear el sueldo. Mi vieja me enseñó que la familia es sagrada, sabe y lo hice pensando en ellos, en mi mujer y en mis hijos. Me lo propuso un amigo. SÃ, GarcÃa, usted lo conoce bien. Él sabÃa que el sueldo no me alcanzaba, que vivÃa con estrechez. Me dijo que tenÃa una propuesta de trabajo fácil, fácil, para los domingos. Claro, en principio no me gustó, pensé en el partido de fútbol y que no irÃa más a la cancha con el nene. Además la gorda (mi mujer) me iba a armar una bronca, porque para ella los domingos son sagrados: ¿Con quién iba a ir a misa? ¿Y los chicos? ¿Qué iban a pensar los vecinos? GarcÃa me dijo que lo piense y cuando lo vi subirse al coche flamante me dio como un puño en el estómago.
Lo hice para redondear, usted me entiende. Si uno nace medio miserable, subsiste y basta. Mi viejo me decÃa, «O ladrón o policÃa». El cuerpo no me daba para ladrón, asà que me puse a obedecer órdenes y este trabajo en domingo era como los otros, tenÃa que obedecer, ayudaba a GarcÃa, él buscaba uno de confianza.
¡Sacrifiqué tantos domingos! Piensa que soy un marica que lloriquea ¿no?, pero no es justo. No hice nada de malo. Me los pintaron como delincuentes y la policÃa persigue a los delincuentes. Además si no lo hacÃa yo lo hacÃa otro. ¿Quién se pierde la oportunidad de redondear? ¿De comprar algún regalo a los hijos? Me pagaban bien. Con ese dinero construimos los dos cuartos para los nenes en la terraza y cambié el coche. Te pagan bien los domingos.
¿Si me daban pena? A veces me dieron pena. La verdad que creo que esos se la buscaron, porque si uno tiene ideas peligrosas sabe que algo le puede suceder, en cambio si uno obedece y es como todos los demás, nadie te toca… Me dijo GarcÃa que eran enemigos del paÃs y algo asà es peligroso, rojitos, ¿no? Usted me entiende. Yo lo vi trabajar a GarcÃa, él la verdad que empezaba por las buenas, los querÃa convencer para que confesaran sin hacerles mal, para que cambiaran idea y se volvieran normales. Un poco hay que apretarlos, claro, hay que asustarlos… Si no cedÃan les daba de lo lindo con lo que tuviera a mano, aunque era metódico, seguÃa un protocolo, cada cosa a su tiempo, me decÃa. Yo, yo lo ayudaba, nada más. ObedecÃa sin chistar y apretaba los dientes, porque no se soportaban esos gritos. PonÃamos música fuerte, pero igual. Yo les vendaba los ojos, los ataba, alguna vez colaba el cemento en los baldes y, por piedad, les daba un buen palazo para que no sufrieran. Las mujeres me daban rabia, se merecÃan el tratamiento especial, que las violen. ¡Meterse en lÃos cuando estaban embarazadas o tenÃan familia! Eso no se hace. No eran buenas madres, estoy seguro, debÃan hacer de amas de casa, como todas las mujeres decentes. El paÃs no podÃa cargar con gente asÃ.
Negativo, no insista, porque no es como usted dice. Yo no soy un torturador, se lo juro por Dios y por mis hijos. Soy una buena persona, un católico practicante, no me llame asesino. Nada de personal con esa gente, lo hice para redondear, como cualquier buen padre de familia.
(Texto basado en confesiones de torturadores de diferentes ejércitos y cuerpos de policÃa en varios paÃses)